Orquesta Sinfónica de Castilla y León
Damian Iorio, director
Mischa Maisky, violonchelo
PROGRAMA
Mihail Glinka (1804-1847)
Ruslán y Ludmila, obertura
Ottorino Respighi (1879-1936)
Adagio con variaciones para violonchelo y orquesta –primera vez por la OSCyL–
Piotr Illich Chaikovski (1849-1893)
Variaciones sobre un tema Rococó para violonchelo y orquesta
Dmitri Shostakovich (1906–1975)
Sinfonía nº 9 en Mi bemol mayor, op. 70
NACIONALISMOS Y FANTASÍAS MUSICALES
El zar Alejandro II (1855-81) inicia la modernización de Rusia destruyendo el orden feudal con la abolición de la servidumbre campesina, favoreciendo las inversiones extranjeras y beneficiando la transformación de una sociedad rural en una sociedad industrial. Estas medidas provocaron el enfrentamiento entre eslavófilos y occidentalistas y la creación por parte de los primeros de tendencias típicamente rusas de un pensamiento utópico basado en la comunidad agrícola. La consecuencia musical más importante de la política alejandrina en 1862, es la creación según el modelo centroeuropeo del Conservatorio de San Petersburgo por Anton Rubinstein y la Escuela Libre de Música por Mili Balakirev, catalizador del Grupo de los Cinco en torno al ideario basado en la admiración por Glinka y el rechazo del “sinfonismo puro” alemán. La alternativa propuesta es el poema sinfónico según los modelos de Berlioz y Liszt que se entienden como de posible asimilación por parte de la música rusa.
El nacionalismo musical ruso no nace como en otros países del oriente europeo de una reivindicación de independencia política sino de la necesidad de búsqueda y construcción de una identidad cultural sepultada desde el último tercio del siglo xviii como consecuencia de una escena musical dominada por la ópera italiana, el ballet pantomímico y la opéra-comique. En el reinado de Nicolás I (1825-55) se amplía el repertorio con las óperas románticas francesas, alemanas y rusas, especialmente las de Glinka que son vistas por los jóvenes compositores como modelos a imitar. Glinka inicia, asimismo, otra tradición en la música rusa anterior a la Revolución: el diletantismo entendido no como falta de pericia profesional sino como oposición radical a una vida musical que coherentemente con su nacionalismo cultural, entendía no solo como ajena sino incluso como hostil. La obertura de Ruslan y Ludmila (1842), –cuyos esquemas melódicos y armónicos son tan fantásticos como su argumento– se convertirá irónicamente en el paradigma de la rusicidad musical, del “alma rusa”.
La otra cara de la moneda, la occidentalista, la ofrecen las Variaciones sobre un tema rococó para violonchelo y orquesta op. 33 (1876) de Chaikovski, en la que –al igual que en la obertura de Glinka– se nos presenta un magnífico decorado romántico; una invención de un pasado tan imposible como imposible era la música popular de Ruslan y Ludmila. Siguiendo este mismo modelo, pero según los códigos neoclásicos, compuso Respighi su Adagio con variaciones para violonchelo y orquesta (1921), una de sus obras más bellas y más cercanas a la sensibilidad contemporánea, que ha encontrado en Maisky el intérprete ideal.
Al igual que las otras obras del programa, la Novena Sinfonía en Mi bemol mayor (1945) de Shostakovich es una farsa, pero una farsa desconcertante porque se esperaba de ella que celebrase la victoria soviética sobre el nazismo. El mismo Shostakovich lo había anunciado antes del estreno: “Los músicos la interpretarán con agrado pero los críticos la vapulearán”. Y no sólo los críticos. También entre las autoridades de la URSS pareció un insulto que Shostakovich celebrara así la victoria.
© 2013 Xoán M. Carreira. Editor de Mundoclasico.com